martes, 29 de noviembre de 2016

Por un puñado de vinilos: Historia y leyendas de la afrocolombia musical

POR UN PUÑADO DE VINILOS: HISTORIA Y LEYENDAS DE LA AFROCOLOMBIA MUSICAL


Como si de un Mississippi previamente macondizado se tratara, el río Magdalena ejerce de auténtica espina dorsal de la música de Colombia, y como ocurre con los Blues y la Roots music en el caso del mitológico Delta de aquel otro curso fluvial, sus meandros alargados se encargan de administrar también el tempo de las numerosas leyendas y efemérides que enmarcan un legado sonoro enriquecido por la amalgama de tradiciones indígenas, africanas y europeas que se van deslizando junto con la corriente, hasta alcanzar finalmente el litoral del Caribe y su fértil punto de encuentro con la experiencia afro-colombiana. Desde su nacimiento al Este de los Andes, el Magdalena va señalando la genealogía, sincrética y pujante, de las músicas de la República: en sus 1.400 kilómetros de recorrido Sur-Norte, va dejando atrás a izquierda y derecha ciudades como Cali (“la capital mundial de la salsa”, en opinión de sus orgullosos vecinos), Medellín (sede de un sello esencial como Discos Fuentes, la Motown o Blue Note de esta peripecia mágica), o la capital Bogotá, hasta penetrar en la sabana que atraviesa pausadamente, en dirección al corazón mismo de Afrocolombia, la región de los costeños, donde la herencia espiritual de los descendientes de esclavos obra milagros musicales de forma cotidiana, iluminando ciudades tan cargadas –todavía hoy- de energía vudú como Cartagena de Indias o Barranquilla, además del cinturón de localidades más pequeñas entorno a la desembocadura del río, comunidades agrarias y ganaderas cuyos nombres mismos evocan el alumbramiento  original de la cumbia, el vallenato y demás especialidades locales: Majagual, Soledad, Santa Marta, Baranoa, Mompós, San Jacinto, San Basilio de Palenque…
Así, un abigarrado microcosmos de estilos, géneros y las correspondientes variaciones, infatigables en su promiscuidad (Porro, Gaita, Bullerengue, Puya, Mapalé, Fandango, Son De Negro, Terapia, Paseo, Tambora… la lista sigue y sigue) jalonan, junto a esos reconocidos hermanos mayores que son Cumbia y Vallenato, el devenir de una algo más que exitosa fusión. Un híbrido mutante que creció y creció, apoyado en el brillo armónico del acordeón llegado de Europa -la lujosa fantasía costeña los imagina arribando a las playas procedentes de algún calamitoso naufragio: purito Gabo en forma y fondo-, la rica familia de los instrumentos de viento autóctonos, y el latido hipnótico de la percusión que había cruzado el Atlántico con los individuos arrancados a Mamá África durante siglos de comercio esclavista. Esos elementos tan diversos, interactuando en menor o mayor grado con la idiosincrasia del folclore sabanero y sus heterogéneas raíces, ya habían favorecido un primer golpe de crecimiento en la música popular colombiana para cuando, a principios de los años cuarenta, Don Antonio Fuentes, empresario metido a disquero, comienza a lanzar desde Cartagena las primeras referencias de lo que acabaría siendo un emporio discográfico de primera magnitud, el ya mencionado sello Fuentes. Tras su marcha a Medellín –desde donde seguirá supervisando las sesiones de grabación que se realizan en la costa-, es su hermano


Curro el que sostiene el testigo dinamizador de una escena en la que coexistieron, sin aparente fricción, sofisticados músicos urbanos (Lucho Bermudez, Alex Acosta, Crecencio Camacho)  y talentos intuitivos, provenientes del mundo rural (Michi Sarmiento, Lisandro Meza, Andrés Landero): Discos Curro y sus subsidiarias editarán durante los años sesenta fantásticas muestras de big band cumbia y otros formatos ya clásicos, mientras las nuevas corrientes de la música latina provenientes de Nueva York, germinan en suelo costeño con unos resultados artísticos espectaculares (Los Super Swing, entre otros muchos), que ahora podemos evaluar con suficiente perspectiva para afirmar, sin tapujos, que en muchos casos tutean a los logros equivalentes de Fania Records y la gran escuela nuyoricana de los años dorados de la salsa.

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En paralelo, una revolución cultural en marcha buscaba su inspiración mirando al continente africano: los discos congoleños, senegaleses, nigerianos… que trajeron hasta el Nuevo Mundo los poderosos aromas del Afrobeat, el Soukous y el Mbalax (influenciados a su vez por los sonidos clásicos afrocubanos, en un diálogo transoceánico ininterrumpido hasta la actualidad), causan sensación por igual entre los productores, disc-jockeys y bailadores del litoral afro-colombiano. Incluso el gran Julio Estrada, director de la banda de músicos de sesión habitual de Discos Fuentes, y estrella salsera del venerado sello como líder de Fruko Y Sus Tesos –la portada de A La Memoria Del Muerto (1972) resulta tan brutal como honesta, un clásico del hiperrealismo gansta, lustros antes de la aparición en nuestras vidas de N.W.A.-  se apunta al fenómeno en plena efervescencia, grabando con el seudónimo de Wganda Kenya algunas de las mejores y más tórridas versiones conocidas del repertorio de Fela Kuti, mientras añade el sintetizador en la mezcla (¡Cumbia En Moog!) y alimenta la fantasía de la siguiente generación de músicos costeños, que ya sembraban las bases para el asentamiento definitivo de los picós (del inglés pick-up, tocadiscos), esos extravagantes soundsystems masivos, decorados con la habitual exhuberancia de los lugareños, y de cuyas competiciones se habla como parte integral de la experiencia de concienciación afro que sacudió a la sociedad costeña desde los setenta para acá.


En 2007, el coleccionista tunecino-alemán Samy Ben Redjeb aterrizó en Cartagena cargado con unos 200 singles y 100 elepés de música africana de los años setenta, que esperaba canjear por rarezas colombianas de similar pedigrí. Lo que encontró, le dejó asombrado: la cadena alimenticia de los picós se sustentaba en una competencia feroz, y los DJ’s más veteranos aún seguían manteniendo un militante secretismo sobre los nombres de los artistas, los títulos y la procedencia de sus exóticos llenapistas de una, dos ó tres décadas de vigencia… Con la aparición de un cargamento discográfico repleto de clásicos africanos, difundido transversalmente entre aficionados salsómanos, y champeteros aspirantes a derrocar a la vieja guardia, arrojándolas, siquiera metafóricamente, de sus cabinas-trono, Ben Redjeb estaba contribuyendo a romper, sin saberlo, un status quo largamente asentado, preservado por los que de él disfrutaban con celo talibán, y que ahora se veía expuesto a la desnudez del conocimiento compartido por segundones. Y de esta manera, durante una competición en la que los DJ’s ya usaban el acopio de “novedades” que él había aportado a la escena, el dueño de Analog Africa pudo comprobar de primera mano el nivel de importancia que este tipo de cosas adquieren en Cartagena de Indias, aún más cuando la cerveza y el aguardiente corren durante toda la noche: caras largas que no anticipaban nada bueno.


Tras regresar a Frankfurt, feliz como un niño con su montón de vinilos colombianos, el incauto viajero iba a recibir una llamada que, en castellano reconociblemente costeño, le aconsejaba no regresar nunca al Caribe colombiano, al menos no con más discos debajo del brazo, so pena de acabar en manos de algún malo-más-que-malo, especializado en hacer desaparecer a los visitantes incómodos (la amenaza no surtió efecto del todo, y después de hablar con sus contactos en Colombia, Samy ha continuado regresando al país en busca de nuevos tesoros ocultos por reivindicar…pero, eso sí, sin canjearlos por más música africana: en ciertas cuestiones, mejor no tentar al destino). Es el tipo de anécdotas que nos hablan a las claras de cómo, en la patria de Francisco El Hombre y demás leyendas proteicas, música y vida continúan yendo tan de la mano.


Gracias a Fabián Altahona, Roberto Gyemant, Hugo Méndez, Miles Claret, Will Holland y Samy Ben Redjeb, por su pasión genuina y la generosidad a la hora de compartir conocimientos.

 Por: ©LUIS AVIN FERNANDEZ / MERCADONEGRO 2014 

Fuente original: http://enlacefunkextranet.blogspot.mx/2014/12/por-un-punado-de-vinilos-historia-y.html

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