sábado, 5 de noviembre de 2016

Entre vinilos: historias de un coleccionista


Por Daniel Moreno Montoya, Diego Zambrano Benavides (danielmoreno.19@hotmail.com, @diegozamben)

No le toma mucho esfuerzo encontrarla. Sin observar el movimiento de su mano mientas conversa, Alejandro Cardona saca de su colección esa carátula que buscaba. En ella, un águila posada sobre un pedestal, bajo un cielo que amenaza tormenta, extiende sus alas con intención de alzar vuelo. Es la carátula de Las Águilas, un álbum de los salseros Richie Ray & Bobby Cruz, diseñada por Ron Levin, con la que Alejandro pretende demostrar cómo el ingenio, la creatividad y la calidad propios de la salsa, se imponían desde las carátulas hasta las melodías. Con el mismo fin, Indestructible de Roy Barreto y Wanted by FBI for: The Big Break de Willie Colon, ambas creaciones de Izzi Sanabria, hacen su aparición. Todas pasan del armario donde Alejandro las guarda a nuestras manos, luego con el cuidado de quien carga un bebe recién nacido, las lleva hasta el tornamesa y, quirúrgicamente, aprieta uno de los vinilos entre su pulgar y su índice derecho, lo saca y nos da muestra de la máxima calidad musical. Suena la salsa.

El coleccionista

Más que la música “buena”, Alejo disfruta de la música con historia, música de la que puede hablar por horas y que hace algunos años colecciona en vinilos, como un tesoro donde, afortunado y orgulloso, guarda “un pedacito de historia”.


A sus 20 años, Alejo sabe más de música que de la vida misma. Guarda en su memoria un sinnúmero de historias acerca de la producción e interpretación de sus cantantes favoritos y del mundo que rodea su música. Mientras narra las historias, connota en sus palabras la amabilidad y la calma de una persona serena, que con cordialidad cautiva la confianza de quien lo escucha. Cuenta que su gusto por la música nació en su casa, en la cual según él, “nunca falta la radio prendida”, mientras se mueve de un lado a otro buscando en su extensa colección, la música con la que ambientará cada historia. Cada carátula tiene la suya. En ningún momento la música para de sonar.


“Muévanse todos, muévanse todos, a bailar, a bailar…” Con el ritmo de este soul, que trae inmediatamente a la cabeza famosas canciones como La Bamba de Ritchie Valens, o Twist and Shout de los Beatles, comenzamos una charla amena con Alejo sobre música y el mejor formato para escucharla: los acetatos, los vinilos, los famosos Long Play. La canción que suena de fondo es conocida como El club del clan de la cantante puertorriqueña Lucecita. Junto con el de Edith Piaf, son los dos acetatos más viejos que guarda Alejandro, el coleccionista, en su gran compilación musical. “Este disco de Lucecita Benítez lo compró mi papá por allá en el ’66, a los 12 años”, comenta mientras juega con el mezclador, acelerando las revoluciones de reproducción, aumentando los bajos y dejando sólo la voz de la canción, que en ese momento se encuentra otra vez en el coro invitando a pararse, a bailar.
En su habitación Alejandro va cambiando las canciones a su antojo. Se ve emocionado por contar la historia de cada carátula y cómo consiguió los vinilos. Lo primero que relata, es que la idea nace luego de la muerte de su padre, cuando buscando entre sus cosas, encontró algunos discos viejos y los organizó en su armario. Le surgió entonces, la idea de coleccionar su propia música. La casa comenzó a llenarse de discos. A los más de 900 CD´s de jazz y blues, de su padre, que invaden estantes y repisas por toda la casa, se han sumado los 250 álbumes musicales en formato de vinilo, que Alejo ha adquirido durante los últimos tres años.

No guarda en su colección un solo disco que no cuente una historia, una anécdota, que le recuerde a alguien o que incluya una canción que lo conmueva, le alegre la vida, le encienda las fibras de la piel. Tal vez por eso se eriza cuando la aguja del tornamesa doble, sube y se posa sobre el Apollo Sound 9 de Roberto Roena. “Escuchá como suena ese crispeteo” dice totalmente erizado, “que nota”, antes de que la Marejada Feliz haga su aparición. “Esa es la mejor canción de salsa de la historia, es increíble”, añade y no oculta su emoción al escucharla, a la vez que cuenta esa anécdota propia de cada vinilo que guarda, “ese álbum es uno de los más caros que he comprado. Me costó 12.000 pesos, en La Playa arribita de La Oriental”. Un precio verdaderamente alto si se compara con las decenas de discos que ha conseguido en La Bastilla por 1.000 pesos, donde “con 10 lucas uno va y sale contento”.

Pero si de precios altos se trata el Apollo Sound 9 no se compara al vinilo que compró una vez en Santa Fe de Antioquia. Reincarnation de la Orquesta Narváez le costó 30.000 pesos, aparte del paseo. Mucho menos a los 500.000 que gastó en 10 vinilos de electrónica, ni a los 100 dólares que pagó por internet para obtener una de las mejores piezas de esta música, la que encargó sin tener la plata para pagar. “El vinilo de Jaguar es muy escaso y cuando vi la posibilidad de tenerlo de una lo compre. No tenia la plata, pero eso era lo de menos, mientras llegaba miraba como la conseguía”, confiesa. Y es que según él, los vinilos más difíciles de conseguir son los de electrónica, además de ser los más caros.

Sin importar el precio, Alejo tiene como objetivo completar su colección con ese álbum que siente le hace falta, bien sea por una canción, por el artista o simplemente por la historia que encierra. Para él es irrelevante si el disco vale 100 dólares en internet o 1.000 pesos en La Bastilla, por eso no escatima a la hora de conseguir long plays de electrónica, rap, jazz, blues, rock, vallenato, cumbia y salsa; siempre y cuando aporten a las mil y una historias que guarda de su música, su tesoro.
Aunque el precio no sea un impedimento a la hora de comprar música, Alejo tiene ciertas preferencias al hacerlo. La electrónica y la salsa son sus géneros predilectos. Prefiere la electrónica no comercial y la salsa clásica. “A mí me gusta es la salsa de Héctor, de Willie, de Rubén, de Roy, de La Ponceña… no esa de motel que producen ahora”, asegura con cierta inconformidad.

Sin embargo cuenta que no es “el cantante de los cantantes” su artista de salsa preferido. “Héctor Lavoe es un teso, me gusta mucho su música, pero no es el mejor. El mejor cantante de salsa se llama Ismael Rivera”. Por primera vez en la charla, una carátula no acompaña un comentario de Alejo. Al pedirle que nos muestre su colección de Ismael, se ríe y dice que no puede. “Tenía siete álbum´s de él, pero se los regalé a una ex novia que también le gustaba mucho”, cuenta entre contento y arrepentido. Estas son las historias que hacen que la colección de Alejandro sea más que una recopilación de discos de antaño y se convierta en ese tesoro invaluable que ambienta largas charlas en torno a la música y las pasiones y sentimientos que genera este fino arte.

Invazión

Las fiestas de cierre, como Alejo las llama, son una fiel representación a menor escala de las invaziones musicales en Medellín. En una terraza en la que el volumen de la música está a tope, se retrata la esencia misma del proyecto. Las risas y el baile se mezclas con los dj’s montados en la tarima, alternando los cientos de vinilos que todos los asistentes han llevado para la fiesta. Muchos de los amigos de Alejo también son coleccionistas, y él en esta ocasión ha sacado de su colección 50 discos para compartir.



¿Y qué es lo que se cierra? Se cierra el año de un proyecto que encabezan Luis Fernando Buitrago, un comunicador social, y Alejandro Vélez, el curador del Patio Sonoro del Museo de Antioquia. Este proyecto que ya lleva cinco años, nació como alternativa ante la falta de espacios para eventos musicales de los cuales carece la ciudad. La invazión consiste en apoderarse de determinada calle en la ciudad, instalar los amplificadores y llenar de música el lugar. Los dj’s en un principio haciendo mixers, van atrayendo a la gente que se acerca y se queda para bailar, o simplemente para ver. Se paga 20.000 pesos al dueño de cualquier local comercial por una o dos horas de electricidad y la fiesta empieza. En un principio, las recolectas de dinero para financiarse se hacían con un sombrero, al igual que los artistas callejeros, que más adelante por sus buenos resultados tuvo que ser remplazado por un contenedor mucho más grande. Alejo no hacía parte del proyecto en su comienzo, asistió a las charlas que le dieron origen, pero como él dice, “estaba muy pelado” para encabezar un proyecto que si bien tenía pinta de ser bastante informal, se vislumbraba como el inicio de algo mucho más grande. Y así sucedió.

En el 2010, cuando Alejo entró hacer parte de Invazión, Espacio Público se empeñaba en ser la piedra en el zapato que impedía desarrollar las “invaziones”. La idea consistía en “invadir el espacio público sin pedirle permiso a nadie”, pero eso tuvo que cambiar, aunque no del todo. “Tocó pedir permiso para una Invazión, hicimos todo el papeleo y después, cambiábamos las fechas y los detalles del papel que venía con los sellos y lo presentábamos para las siguientes invaziones”, cuenta Alejo, que rescata el carácter de “underground ilegal” que caracteriza a Invazión, incluso después de que el proyecto entró en una nueva fase.

A los dj’s se sumaron algunos grupos musicales que tocaban en vivo, y surgió la necesidad de conseguir los instrumentos y una planta mucho más grande. Ante esta necesidad, se recurrió a la intervención de algunas entidades. Es así como el Museo de Antioquia, la Universidad EAFIT, Alianza Francesa y el Instituto Goethe, entran a formar parte del proyecto mediante un apoyo financiero. El ITM, se encarga de prestar las herramientas para el montaje de las invaziones, que en esta nueva etapa, cambian un poco su naturaleza, pues ya no son tan imprevisibles sino que se anuncia al público el lugar y la hora determinada.

En 2012 se realizaron tres invaziones: en el pasaje comercial de Envigado, en la casa Barrientos de La Playa, y en EAFIT en un auditorio; todas dentro del apoyo financiero de las entidades que se unieron al proyecto. En el sexto año de este proyecto, se tiene en mente consolidar algunos eventos iniciados en 2012, como conferencias sobre producción y comercio de música, y realizar algunos conciertos en teatros y auditorios externos a EAFIT.

La Musique


El 28 de abril de 2011, Alejandro se metió de lleno en un proyecto bastante original: La Musique. Una página a través de Facebook en la que Alejandro podía desfogar su pasión por la música, compartiendo enlaces de canciones con buena calidad de audio. Las pistas que compartía y las reseñas musicales que hacía, estaban siempre referidas a canciones de artistas que se tomaban el tiempo de componer sus canciones y crear melodías con sentido. La Musique surgió como una idea para ser llevada a cabo en los tiempos de ocio, para que la gente escuchara música “más elaborada” ya que según Alejandro, en Medellín se escucha “música muy boba, música muy hípster, música reciclada”.

Nadie sabía quién manejaba los hilos de La Musique. La mística del anonimato era la magia que lograba capturar seguidores. Alejandro interactuaba con aquellos que se conectaron con la página en Facebook, y les facilitaba links de canciones o recomendaciones, y la gente, sin saber quién estaba detrás de todo, lo seguía creyendo en su criterio de selección musical o por curiosidad. La publicidad estaba a cargo de Juan Camilo Naranjo, un amigo de Alejandro que se inventó el diseño del logo de la página, y que quedó plasmada en muchas calles de la ciudad en forma de grafitis. Todo era un éxito.
“Había gente que me respondía los links que les enviaba y me pedían más, otros simplemente los veían y no me decían nada. Una vez una pelada que nunca me respondía, me hablo para darme las gracias por un link y me pidió que le enviara más. Empezamos a hablar por el chat muy seguido y resultó que vivía dos cuadras debajo de mi casa. Pues bien, a ella es a quien le regale mis discos de Ismael Rivera”, confiesa Alejo entre risas. “La Musique fue excelente para mí y lo más importante es que recibió una gran acogida”, remata.
El ocaso del proyecto llegó cuando Alejandro consumió tanto su tiempo y dedicación a La Musique que se vio afectada su vida académica. Su promedio en la universidad bajó considerablemente y decidió terminar con esa que había sido su ventana de proyección hacia el público. El medio a través del cual podía expresar sus opiniones y hacer eco de sus gustos musicales. Alejandro sin duda, es un auténtico melómano, las historias que cuenta erizan la piel de quien lo escucha, y quizás si hubiésemos conectado con él durante el tiempo que duró el proyecto también habríamos percibido esas mismas sensaciones leyendo su página de La Musique, que cerró el 28 de abril de 2012, sepultándola exactamente después de un año de vida y que según Alejandro se trata de “un gran proyecto, una etapa de mi vida que no volverá”.

 Interminables historias

Con el mismo cuidado con el que pone sus discos en el tornamesa, los quita, los empaca en su plástico y los devuelve a sus carátulas. Así mismo los ubica nuevamente en su colección ordenada por géneros y saca nuevos vinilos, nuevas historias, facilita más momentos agradables a ritmo de los grandes soneros. Luego de hablar por horas de él, de su colección y de sus proyectos, pregunta con la pena y la candidez propia de quien siente se ha extendido mucho, fruto de la emoción, ¿qué más quieren saber? Recibe como respuesta un “todo” unísono. “Apenas estamos comenzando”, le decimos, y así, seguimos disfrutando de su música y sus interminables historias.

Fuente original: http://delaurbe.udea.edu.co/2013/05/29/entre-vinilos-historias-de-un-coleccionista/

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